Humo
Irene Gruss
Colección eme, Ediciones La Palma, Madrid, 2015
120 páginas
Humo
Irene Gruss
Colección eme, Ediciones La Palma, 2015
120 páginas
Hablar
de Irene Gruss es difícil. Es todo un reto. Porque la poesía de Gruss es
inabarcable, es una poesía difícil de clasificar, de nombrar, de meterla en
alguna nomenclatura o corriente literaria. Hay una especie de resistencia
invisible que la hace inclasificable...
Y es
que, si Virginia Woolf disponía de aquella habitación
propia en la que poder revelar y desvelar un pensamiento feminista en
relación con la literatura, y donde se preguntaba en los primeros párrafos qué
necesitaba una mujer para escribir, Irene Gruss tiene una voz propia dentro de
esa habitación propia en la que también se encuentra. Es la habitación de su
mente, una mente independiente y socialmente Gruss. O como diría Margaret Atwood,
soy como una habitación en la que una vez
ocurrieron cosas... Esa es y no otra la habitación de Gruss, y es una
habitación, por cierto, donde convive la ironía (Irene es una gran irónica en
todos sus libros), la realidad, la pasión, la tristeza, la tragedia, la alegría,
la risa, la crudeza, la metafísica, en definitiva, la dialéctica con ella
misma.
Humo
es una antología de antologías, y aun así siempre será La mitad de la verdad, ya que toda antología nunca es un todo, sino
la mitad de un todo, la mitad de la
verdad (título por cierto que da nombre a uno de sus libros).
Y es que, en Gruss, llama la
atención la estructura ósea de algunos de sus títulos: La mitad de la verdad, El mundo incompleto… Es
como si en ella todo fuera, pero siempre junto a su contrario, o lo que es lo
mismo, como si nada existiera en su totalidad. Como si nada fuera absoluto y no
hubiera unidad. Es como si se moviera en un mundo en el que todo está desfragmentado,
partido a la mitad, la verdad... que está
dividida en dos mitades…. el mundo… que
siempre nos parecerá incompleto. Tanto es así que una no deja de preguntarse si
en Irene existe esa tendencia a la desfragmentación... si le gusta jugar con
las palabras al escribir, como si fueran dados de la suerte... cambiándolas de
lugar, haciendo malabarismos
verbales.
Y
siguiendo esta senda de títulos, ya en aquella primera publicación de Humo en Argentina, Liliana
Díaz Mindurry se preguntaba en unos apuntes sobre esto “¿por qué humo? ¿Acaso era un libro producto de la combustión? ¿Metáfora de
la asfixia (ya esbozada en Sobre el asma)
del peligro, de la soberbia, de lo vano, del enojo, de la desaparición, de la
calidez del hogar, de la sensualidad del acto de fumar?”. O quizá fuera porque
es una antología reducida por la propia Irene, condensada, como se condensa el
humo hasta alcanzar su aroma; de ese mismo modo en que condensa poemas de
diferentes libros, en un solo libro.
Creo
que es importante reseñar que la obra de Gruss tiene una presencia personalísima
en la poesía argentina de los 80 y 90, que tiene un registro intimista
despiadado, que es bella y a veces brutal…, y aquí me viene aquella sentencia
que Emily Coleman le decía a su amiga Djuna Barnes: das belleza al horror, ese es tu mejor talento. Y es que, por lo
menos para mí, Gruss es un oxímoron, ya que la concibo cerca de esa belleza
trágica, la belleza despiadada o aquella causa efecto de Coleman a Barnes de
dar belleza al horror.
Menciono someramente algunos
temas que considero relevantes en la poética de Gruss y en particular de este
libro. Uno de ellos es el tratamiento de la cotidianeidad. Considero que la cotidianeidad
en la poeta es clave en su poesía. Es su realidad más absoluta. Ella la tamiza
con tal destreza que hace de su obra
un diario de acciones, pasiones y pesares, en el que se percibe la presencia
fundamental de esto que digo, lo cotidiano, lo prosaico de sus días.
Esto
es perfectamente cotejable en muchos de sus poemas. En ellos se ve con qué
destreza Irene poetiza sobre la cotidianeidad, o sobre actos tan diurnos o
cotidianos como lavar la ropa. Y es que cualquier acto que lleve implícita la palabra ropa, conlleva una imagen que nos viaja
de golpe a la vida doméstica, a lo cotidiano, a la representación perfecta del
espacio doméstico: tender la ropa, planchar la ropa, lavar la ropa... Al fin y
al cabo la ropa es esa carcasa en la que nos metemos a diario y con lo que
hacemos vida. Curioso que en esta antología es una palabra que magistralmente
se repite casi una veintena de veces.
Hay
una cita de Ezra Pound con la que Gruss antecede un poema titulado “Fue una fiesta”
(no está en esta antología pero es interesante reseñarlo) que dice: Es difícil
escribir un paraíso / cuando todas las indicaciones / superficiales hacen
pensar que debe escribirse el Apocalipsis, mientras que el rezo diario de Gruss, su vida más prosaica pero a
la vez más poética, allá donde Irene pone en la misma balanza la realidad más
cruda con la cotidianeidad, podría ser este otro verso que sí está incluido en
este libro y que por supuesto responde al apocalíptico verso de Pound: Yo estuve lavando ropa / mientras mucha gente /
desapareció / no porque sí / se escondió /sufrió / hubo golpes…
Aquí está –como digo– el paisaje apocalíptico
que vio Pound, respondido por Gruss y donde la poeta aborda el dolor y la
tragedia mundial desde el dolor personal, individualizado, centralizado en un
solo cuerpo, su cuerpo, un cuerpo que está encerrado en una habitación de
planchar o de lavar ropa. Y por otro lado, el acto del lavado no deja de ser
una purga, lavar a mano la ropa para la poeta se me antoja como la acción de
lavar a mano las palabras.
Otro dato característico en el perfil Gruss
son las disciplinas
artísticas de las que a veces parte el poema. Las artes
en general. Las otras artes. La música, por ejemplo. Cuántas veces caemos en la certeza de que la
música es una disciplina necesaria en el desempeño de la labor poética, bueno,
en el desempeño de cualquier labor. Sé que Irene inició estudios de música y
aunque posteriormente la cambió por la escritura, al final todo es lo mismo, con
blogs bautizados con nombres como Casta Diva
o El mundo incompleto, o poemas
titulados “Solo de contralto” o “Sostenido”,
la autora deja constancia de este
amor por la música, que por cierto está patente en toda su poesía.
Igualmente, leyéndola, una se percata de las muchas
alusiones que hace al cine. Me pregunto si parte de fotogramas de películas o
fragmentos de ópera y otras músicas para desarrollar lo que será el poema (aquí
podría entrar esa tendencia a la des-fragmentación de la que hablaba antes,
partir de fragmentos de algo para la construcción del poema). También me
pregunto si esto fuera así, qué primero, ¿qué llevó a qué?, ¿el propio poema a
las artes o esas mismas artes te llevan al poema?
En
definitiva, en la poesía de Gruss no hay distracción posible. La poeta lanza un
anzuelo cargado de palabras y sale a pescar lectores tras lavar y tender la
ropa.
El tono es otro tema muy importante en Gruss.
Mirta Rosenberg ya nos habla magistralmente de ello en la
contratapa del libro y nos dice:
De entrada, Gruss nos mete en su casa: en su cuerpo, en su yo poético,
en su tercera persona que de todas maneras es siempre primera y donde nos quedaremos hasta el final del
libro. Los poemas compuestos en verso libre, libérrimo, sugieren tanta
coherencia y unidad como si fueran perfectas formas cerradas, pero personales.
Es la respiración Gruss, el énfasis Gruss, el encabalgamiento Gruss, puestos al
servicio de (en sagrado matrimonio con) sus objetos. Condensada desde el primer
libro, enemiga de la dilatación, de la dilación, la sintaxis poética se va
haciendo cada vez más compleja, dada a la repetición enfática y exitosa, a
citas de poemas anteriores, de ideas anteriores que ahora se desdicen pero
nunca del todo, porque Gruss sabe qué hacer con la ironía tanto como con la
emoción.
Un
tono que va cambiando dependiendo del libro que leas... ella utiliza el tono adecuado para cada
propuesta poética...
Alicia Genovese, por ejemplo también vio en Gruss ese tono en La doble voz, una voz que según
ella expresaba en un mismo gesto el silencio y las palabras, la interioridad
femenina y el discurso que se revelaba.
Y en palabras de Gruss el tono de Gruss sonaría así (le pido que nos lea este fragmento de poema...
y digo fragmento por aquello de nuevo de
la
mitad del todo):
Mi voz dice lo que no
quiero decir, mi voz tiene otro tono, lo que quiero decir no lo dice, dice otra
cosa. Lo que no digo a veces lo dice mi voz o el silencio, el mío, lo dice pero
no se entiende. Mi voz larga un ruido grave, un comentario gutural, casi sin
voz. Mi voz no escucha lo que digo. Yo escucho a mi voz decir otra cosa. Lo que
no digo no puede oírse, y eso es lógico. Cuando mi voz lo dice a veces, el tono
suena desligado de mí, el sonido, el tono es otro. Lo que quiero decir no se
escucha. Mi voz no habla, semeja un tono cansado de sí, del otro tono que no
dice más que un comentario, grave, baja mi voz cada vez que escucho, sordo el
sonido de lo que digo a veces en un hilo casi al otro casi, una sola vez que
diga lo que no quiero, mi voz, oír. ...
Y es que para Irene, la palabra se vuelve espacio, se vuelve lugar: "Estoy lejos de la palabra", a veces la palabra es
acción: "las palabras
/ cambian las cosas //”, y otras veces, ficción: "Creo en lo que dicen las palabras, / no en lo
que son. Por eso / me miento a mí misma" .
Y luego está el lenguaje, que en Gruss se vuelve un ser, como
diría Maurice M. Ponty, el lenguaje, antes que un objeto, es un ser… o como
mantendría Lispector, cuando decía.... lo que se escribe no
es para leer sino para ser. Ese es para mí el latido Gruss.
Nuria Ruiz de Viñaspre
Casa de América, Madrid, España, 10 de marzo 2015.