martes, 16 de octubre de 2018

Fracaso


–Decime algo –imploró–. Si no te gusto,  si no me vas a querer, decímelo y me voy. 
De El destino, Carlos Pereiro 

Sabía que si el corpiño quedaba puesto al revés eso le iba a traer suerte, así que cuando se miró al espejo –los broches para afuera, el elástico gastado– no le importó. Sabía también que nadie, él menos que menos, tantearía esa mínima protuberancia de los broches bien cubierta por la blusa, el suéter con escote en V y el tapado encima, a pesar del calor. Justo hacía calor. Un paquetito de pañuelos en cada bolsillo, entonces; no fuera cosa de que si metía la mano en él que no hubiera nada, para quitarse la transpiración de la cara tendría que hacerlo con la misma mano que quedaba flotando en el aire después del vacío del bolsillo. Cómo odiaba ese calor repentino en agosto; a trasmano, para hacerla sufrir. La sombra de los ojos estaba bien; el problema sería el delineador, conseguir que la línea fuese lo más delgada posible(,) y sobre todo la terminación: ni una vueltita absurda ni ese alargado que se te escapa y hay que volver a empezar. A prueba de agua, leyó en el cilindro aparatoso que compró al mediodía; ¿seguro que no se corre?, ¿se sigue usando?, había preguntado. Y la señorita pintada como tres puertas una al lado de la otra le aseguró que era indeleble, imborrable, ya vas a ver lo que te digo, le dijo. Al mediodía estaba ventoso y eso la puso contenta; que siga así, que no cambie. Pero cambió. A las cuatro, nubes pesadísimas acompañaban al sol(,) y el sol parecía inflarse más y las nubes ya eran pura cortina porosa de esa humedad que no se resuelve nunca. Si cuando tenía los años que tenía cuando lo vio por primera vez no se animó ni a acercársele; y cuando se lo encontró –de pura casualidad, justo ese domingo en que ella había estado pensando en que el azar podría existir, y esa fue la prueba más contundente de su vida, verlo ese domingo en un lugar tan inesperado, tan insulso como la muestra de fotografía del pobre Roberto– ¿a ver, trece, catorce años después?, ahí sí se animó, fue hasta él y le dijo ¿no me conocés? (,) y él le dijo ah, sí, y se rieron; mirá vos, dijo él; y ella, lo que es la vida, ¿no? Ahora no iba a dudar más; ahora que ya fueron a tomar no uno sino ya van tres cafés charlando, él hablando todo el tiempo y ella escuchándolo hasta que, cual buen señor, le pregunta decime y cómo van tus cosas –Dios mío, si supiera cómo van sus cosas, quinto grado C hace quinientos años, el mismo programa anual, aburrida a más no poder, la jornada interminable–, y ella inventa para no quedar mal ni para seguir estando callada, que es peor. Ya no, va a animarse, va a decirle.  ¿Estaré tan ajada como me veo? Escucha el trin del microondas y corre a tomarse el café previo a la salida de su casa –ya apagó la luz del velador y la de la cocina–, a ver si encima le agarra un bajón de presión con el calor que hace ahí afuera. Da sorbitos cortos y rápidos, y teme mancharse el chabot de la blusa, ¿será anticuada?, que sobresale del suéter casi como un collar. Cartera, plata, llaves, el celular para hacer pinta, ¿paraguas, por si acaso? Ni loca, piensa, me mojo y se acabó. Y sale. 
Busca un taxi, uno que tenga el aire acondicionado prendido, uno de esos modernos con las puertas que se abren de costado, altos, paquetes. Que la vea bajarse de un auto así, como demostrando que ella puede, que ella quiere. El problema es el tono con que se lo digo, porque lo que me sale ahora es en tono de bronca –se dice–, en vez de como debería ser: calmada, segura. ¿Y si se lo digo como quien oye llover?, como si para mí no tuviera la menor importancia y dijera pero fijate vos, llueve. Mejor no le digo te imploro; va a pensar que me quedé en el siglo de las radionovelas.
Te ruego, le digo –piensa y saca un pañuelo del bolsillo y el espejo de la cartera para repasar el rímel–, y ahora suspira como si no llegase nunca ese taxi. Te ruego no, te pido. Así, listo, así. 
El taxi pega la vuelta por Viamonte y ella no protesta, más corto hubiera sido seguir derecho, piensa, pero no importa, hay tiempo hasta para estrellarse contra un tren bala… Roberto, ¿por qué piensa en Roberto ahora? Por lo del tren, por haberse tirado debajo del tren cuando Zulma le dijo que la dejara en paz, que no solo no le gustaba ni lo quería, que la sola idea de salir con él la espeluznaba. Y Roberto se fue caminando y esperó a que pasara ese tren. Y todos los amigos organizamos la muestra de sus fotos, qué talento tenía, pero a él no le importaba su talento sino Zulma. Una vez me dijo que si él pudiera acariciarle el pelo, solamente eso, sería el hombre más feliz del mundo. A Roberto lo de Zulma lo tomó por sorpresa, de apurado que era; si hubiese tenido paciencia, como yo, acá desde hace cuántos años que estoy. Porque si él le acariciara el pelo, también sería la mujer más feliz del mundo. 
Pero ella no, ella se bajaría del taxi y hasta se pondría a hacer los aeróbics de la clase a la que va desde que él le propuso ir a tomar el segundo café, y ella le contestó cómo no, sí. Ni piensa llegar primero porque eso no se hace, es de ansiosa y desesperada, pero es astuta; mira el relojito y calcula: así voy bien, ni mucho ni poco, llego justo. Y respira, otra vez, cansada ya, extenuante el pensar y bañarse, vestirse, pintarse, este viaje, y decirle, cómo va a decirle, se pregunta mareada y abre la ventanilla a pesar de que el aire acondicionado funciona a las mil maravillas como quería. El chofer la mira con cara de qué se le va a hacer, pero ella necesita un poco de viento de verdad, no esta especie de caja helada.
Por la ventanilla lo ve pasar, casi le grita o piensa llamarlo, pero no, espera, lo mira caminar fumando. Pare aquí un momento, dice. El auto llega al cordón y se detiene; ella lo observa mejor, tranquila. Ve que saluda a un hombre y se ríen; él se tapa la boca cuando ríe, frunce los hombros; el saco está arrugado y él también. ¿Por qué tienes ahora amarillos los dientes?∗, eso le preguntaría ahora, ¿qué hace ahí parado como si el tiempo fuera algo que dura y perdura y no se acaba nunca? y a ella misma: ¿qué hago con este chabot?, ¿para qué vine?, volvemos, chofer, disculpe, cree que dice y el alivio le corre por la espalda. Sin embargo, le pide al chofer siga, siga nomás hasta ahí, en la esquina; le paga, con dificultad abre esa tremenda puerta y en la calle se alisa el tapado, se acomoda el flequillo, empuja esta otra puerta, lo busca, lo reconoce. Entra al café. Fuma para pensar –se dice–; no habla, fuma. Le cuenta que lo vio desde el taxi hablando con alguien, que lo vio reírse. Y ahí él se estira por primera vez, sonríe, dice sí, un amigo, sí, le dije que justo venía para aquí a encontrarme con vos. Ahora la que se estira es ella y piensa si no es momento de sacarse el tapado(,) y se lo desabrocha despacio. Él se levanta y la ayuda, casi al oído vine para decirte algo importante, susurra casi. Vuelve a su silla y el mozo aparece. Sin consultarle, él ordena dos cafés.  
Tenía, tengo que contarte, porque vos me escuchás siempre –y se va agitando, voltea la cabeza en busca del mozo como si no quisiera perder tiempo –. Me caso, sabés. Por detrás se acerca el mozo. Él se calla y ella entreabre la boca, apenas termina de decir pero cómo que te casás, no entiendo. El mozo se va, pero vuelve y agrega sobre la mesa sobrecitos, pregunta ¿azúcar, sacarina para la dama?  
Me caso, él insiste y sonríe, ¿te parece mal a esta altura?, ¿tan viejo estoy? Pero no, dice ella, viejo no; es que… ¿vos no me querés a mí?, decímelo de frente. ¿Y yo?, tanto café, tanta…  Él rompe el sobrecito de azúcar y lo vierte en la taza de ella; toma la cucharita y revuelve. Se levanta y en un gesto como venido del cielo le acaricia el pelo despacio. Andate, dejame sola querés; gira el cuello que pide que esa mano siga bajando y subiendo, tan suave, así; pero él se detiene, ahora le da un beso mínimo en la mejilla, chau, dice, y se va.

De Piezas mínimas. Edit. Buena Vista, Córdoba, Argentina, 2017.
                                                          
 ∗ La cita pertenece a Alfonsina Storni. 

viernes, 28 de septiembre de 2018

lunes, 23 de julio de 2018

Miro, miro

De la vida sólo sé
ciertos instantes puros
Susana Slednew

Y el inventario actual, esos empapelados, los gobelinos, 
miles, thousands de cups of tea
ese bosque y las grúas sobre ciudad árboles, copas
ese ruido a viento y la marea alta o baja,
sumo y descarto, me quedo
miro, miro, por hoy, esos que eran, son, van a ser
miles, thousands;
apago

Inédito, 2018

martes, 12 de diciembre de 2017

Conste que yo de poesía no sé nada

El recital


Ni ella sabe lo que quiere. Aunque lee tan segura como si fuera el Preámbulo de la Constitución. La escucho desde aquí, sentada en una silla que se tambalea; hace rato lo noto, cada vez que me muevo, una pata se apoya contra el piso y la silla rechina. Pero me concentro y la escucho. Al final me vine al recital de poesía porque Marta me obligó a salir de casa, “siempre adentro, siempre adentro, salí de una vez”, me dijo, entonces me empilché como pude y aquí estoy. Marta me lee cada tanto en el descanso en la oficina; me gusta lo que escribe. Y siempre se trae un libro y también me lo muestra o me lee algo de ahí. Yo creía que las que escriben son feas, de haberles visto las caras a Alfonsina o a Gabriela Mistral. Las chicas aquí se hicieron casi todas la planchita, usan botas hermosas, no es que se vinieron como para una fiesta pero algo parecido, las carpetas bajo el brazo; las carteras, mínimas. Y casi no llevan abrigo, como si estuviéramos en septiembre pero hace un frío de locos; debe ser eso lo que las distingue, el no llevar casi nada. Hay una, sí, que se trajo un tapado pringoso y unos botines de hombre gamuzados. Una cara de enojada con la vida y con el mundo entero tiene... En cambio, los varones son casi todos iguales. Uno se mandó una botella de litro de cerveza él solo; antes de empezar, en el barcito que había a un costado vendían empanadas, cerveza, whisky, pero el café era instantáneo, un asquete.
Conste que yo de poesía no sé nada, apenas lo de la escuela pero bueno, vine. Esta es la cuarta que pasa y lee. El primero leyó apurado y no se le entendía nada. Después, la verdad es que me distraje; preferí mirar a los que escuchan, la pinta y la cara de cada uno. Cuando presentaron a la de ahora, tras un largo currículum, se levantó y caminaba moviendo el culo, ergo el vestidito, y al sentarse se bajó el escote. ¿Cuánto tendrá, treinta, treinta y algo?; más no y menos, ni ahí. Le miré la mano y alianza no tiene. Se pintó con delineador bien finito, ojalá me saliera así a mí, y las pestañas de rímel verde aceituna. Lee despacio como si tuviéramos todo el tiempo del mundo para escucharla. Sobre la mesita, al lado del micrófono, puso una pila de hojas enorme, “un libro en preparación”, dijo al empezar, y yo pensé para mis adentros agarrate Catalina. La miré a Marta y me hizo un gesto con la mano como diciendo tené paciencia. Le muestro lo que hace la pata de la silla y nos reímos.
Van dos veces que le escucho la palabra deseo, y la otra, trama es, trama de algo. Y urdimbre. Ya lo dijo en el primer poema, me acuerdo. O sea, hace que cose. Pero no cose nada, es abstracto todo, no sé adónde quiere ir. La miro a Marta y ella está tan atenta que no lo puedo creer. Le digo al oído “no me gusta”, y ella me contesta “es premio municipal”. Ahhhhh, pienso. La del escote, al rato, dice que para terminar va a leer algo de su primer libro, que nunca lo hace porque lo considera muy ingenuo pero que hoy ese libro cumple una década de haber sido publicado y que está emocionada. El librito tiene la tapa toda blanca, ni un dibujo, y apenas se notan las letras del título. Ella lo abre y primero da vuelta las páginas, no se decide, respira hondo y mira para arriba como pidiendo ayuda. Disculpen, dice. Pega una carcajadita nerviosa y empieza: “Este tiene un acápite de Virginia Woolf que dice ‘Sobre la vida, sobre la muerte, no, no se puede decir nada de esto a nadie’”. Hace un silencio largo, con la boca medio abierta se queda tocando el papel. Alguien de atrás pide dale, seguí. Pero ella no sigue, está como pensando enfrente de nosotros, agarra el montón de hojas del libro en preparación que había dejado tan bien acomodado a un lado, y casi raspa cada hoja con el dorso de la mano. Respira hondo y pone cara de asco o de desprecio, junta la pila a la sanfasón como si ya no le importara. Se levanta, despacio, se acomoda el escote, apoya el micrófono en la mesita y dice que después de eso que leyó de Virginia, Virginia, dice, como si fuese su amiga, no se puede escribir ni pensar nada más.
Todos aplaudimos, y yo la saludé a Marta y volví a casa.

De Piezas mínimas, Ed. Buena Vista, Córdoba, Argentina, 2017.

miércoles, 2 de agosto de 2017

Versiones

FAR AWAY FROM THE WORD


I am far away from the word.
I come round from wondering and beginning
to love the ill-treated, the unfinished,
and still I can’t even say
I am so far away,
that I am disowning
the word and the present;


now
light denounces me
as it exposes shade.
**
LEJOS DE LA PALABRA Estoy lejos de la palabra. Vuelvo de asombrarme y empezar a amar lo maltrecho, lo trunco, y sin embargo, ya ni siquiera puedo decir que estoy tan lejos, que reniego de la palabra y el presente; ahora la luz me denuncia como a la sombra.

La luz de la ventana (The Light in the Window,1982), included in the anthology La mitad de la verdad (The half of truth, 2008)
***
THE BRUSH


She’s sitting in a park, on the
grass.  There’s a parasol that
doesn’t fulfill its purpose since
it stands on one side.
The woman forgot her hat
at home and smiles.
While the air moves the sheets of her copybook,
and swirls around her shirt’s sleeves,
she just feels that.
She writes, she is in the midst of the
park, she forgot her hat and
the strangeness of this hour, the scent of the lime tree and
that light on the grass.
Now she walks, and she remembers as she
walks.  There was another afternoon,
another light,
and a party:
her head was flying just as it is now,
voices were gathering, they were alien.
Then she thought that heart and memory
Were the same, almost the same as the flight
of nocturnal butterflies.
Their flight brushing the air.
**
EL ROCE

Está sentada en un parque, en el
pasto. Hay una sombrilla que
no cumple su función, porque
está a un lado.
La mujer olvidó su sombrero
en casa y se sonríe.
Mientras el aire mueve las hojas de su cuaderno
y hace revolotear las mangas de la blusa,
ella siente sólo eso.
Escribe que está en medio del
parque, que olvidó su sombrero y
es extraña esa hora, el perfume de los tilos, y
esa luz del pasto.
Ahora camina y recuerda a medida que
camina. Hubo otra tarde,
otra luz, ella estaba arrodillada en
el piso y había una fiesta:
su cabeza volaba como ahora,
las voces se unían, eran extrañas.
Luego pensó que el corazón y la memoria
eran iguales, casi iguales como el vuelo
de dos mariposas nocturnas. El roce
de su vuelo con el aire.


La luz de la ventana (The Light in the Window,1982), included in the anthology La mitad de la verdad (The half of truth, 2008)
***

MEANWHILE



I was washing clothes
while many people
disappeared
not just by default
hid
suffered
there were hits and coups
and
now they’re no longer
not by default
and while sirens and shots
passed, dry noice,
I was washing clothes,
cuddling,
sang
and dark were the shades.
**

Mientras tanto

Yo estuve lavando ropa
mientras mucha gente
desapareció
no porque sí
se escondió
sufrió
hubo golpes
y
ahora no están
no porque sí
y mientras pasaban
sirenas y disparos, ruido seco
yo estuve lavando ropa,
acunando,
cantaba,
y la persiana a oscuras.

El mundo incompleto (The Incomplete World,1987), included in the anthology La mitad de la verdad (The half of truth, 2008)
***
GRACE


The outline of my fingers
Is stained by pealing potatoes, sweet potatoes,
by nicotine and
lemon,
by dust and azulene,
all covered and of outline by
ink,
everything impossible to erase
and ink.
**
GRACIA

El perfil de mis dedos
está manchado de pelar papas, batatas,
de nicotina y
de limón,
de polvo de azuleno,
todo cubierto y de perfil, por
tinta,
todo imborrable
y tinta.


El mundo incompleto (The Incomplete World,1987), included in the anthology La mitad de la verdad (The half of truth, 2008)
Versiones de Ivan Ivanissevich

miércoles, 5 de julio de 2017

Infinitivo

Antes de morir debo pasar por la óptica, la verdad no sé, el armazón está bien
es sólo la patilla, lo veré en el camino. Y debería renovarme también,
tener un pulóver como la gente, mi madre diría como Dios manda pero antes de morir
da impresión, ¿será cursi nombrarlo? Observo la casa, cambio las toallas
por si acaso (a veces cae gente),
el camisón está listo, mejor me tiro un rato,
una siesta nomás, y
después salgo.

Inédito

viernes, 26 de mayo de 2017

Paisajes

Se está bien acá.
Puedo inventar pinos y acacias, retamas,
cortaderas, sí, esos juncos
alrededor.

Inédito

miércoles, 8 de febrero de 2017

Tú no eres araña

El rulo
(Leyendo a Sharon Olds)

La araña no hace un nudo
al final de su tela.
Yo observo el rulo de tu hilo
áspero y sutil: tú no eres araña.

La araña precisa atrapar, comer a la mosca,
cruel, por necesidad.
Lo intentas con la cabeza, el estómago
vacíos: yo no soy la mosca.

Implícita, la araña
provoca, conmueve su impiedad: no eres
la araña.

Desarma el rulo de tu nudo
teatral: tú raspas, arañas.
Yo no soy la mosca.

en., 2017. Inédito

domingo, 25 de diciembre de 2016

Por piedad, aquí

Buenas palabras

Por caridad
aquí se mueren todos
de amor,
por caridad. 
Por piedad, aquí 
se muere de amor,
por piedad.
Por fortuna, aquí
todo se mueve
como un magma
insólito, indescriptible
pero
vivo,
finalmente vivo.

Irene Gruss
de El mundo incompleto, 1987
en Irene Gruss, La mitad de la verdad, Obra poética reunida 1982-2007, Ediciones Bajo la luna, Buenos Aires, 2008